
Un solo deseo, una palabra mágica que le devuelva la distancia entre la razón y el corazón, qué abismo; entre la vida y la muerte, qué corta a veces; entre las pupilas de dos personas que se miran pero no se ven, porque se buscan en un futuro que nunca ha existido. Un solo deseo que aniquile de una vez esa sensación de pérdida, de caer sin resistencia hacia la profundidad del desconocimiento más profundo del qué, del cuándo, y del por qué se van las personas que más se quieren.
Érase una vez un hombre que buscó un solo deseo, pero no encontró ninguno, ni siquiera en proyecto, porque los deseos no devuelven ni regalan nada, no existen salvo en la imaginación de los soñadores, y él ya no sabía soñar.
¿Dónde había dejado su caja de sorpresas? Abandonada en algún rincón del pasado, llena de telarañas porque el pasado pesa y hay que vaciarse de él para seguir caminando. Y en el acto de descargarse del ayer también se olvidan talismanes y se dejan las ilusiones que un día nos hicieron crecer e hicieron crecer a otros.
Érase una vez un hombre que buscó su caja de los deseos, para sacar sólo uno y no la encontró, aunque la siga guardando en un pequeño rincón del corazón, tras una puerta a punto de abrirse.