5/26/2007

La peor de las drogas



Su codicia le cerró los párpados y le proporcionó una nueva imagen virtual a base de Photoshops y luces de neón. El baile había comenzado y él danzaba al son de la música orquestada de la fiesta, rodeado de sirenas que lo agasajaban y que se rendían a sus pies. Alzaba su mano para tocar aquellas bellezas y al acariciarlas se convertían en Bin Ladens, esos billetes morados de quinientos euros que tan poco se ven. Le habían hablado del gozo que proporcionaban ciertas drogas, de la pequeña muerte a la que podían inducir, de la dulce separación de cuerpo y alma… Pero esto lo superaba, y él sabía de drogas. Se sentía grande y así actuaba ante sus amigos, hasta que aquél garrote crujió sobre su cabeza y lo borró, de un plumazo, de su propio paraíso. No era real, ni el garrote ni aquél edén. Seguía siendo el mismo que era antes, pero había probado la peor de todas las drogas: su propia avaricia.

Si tú eres





Yo soy… las palabras que impregnan esta columna, si tú las lees. Soy mensaje interpretado, compartido, desautorizado, cómplice, revelador, hortera. Soy la imagen de un retrato, si tú lo miras. Soy la voz que te habla, si tú la escuchas. Soy ese que te responde, si le pides conversación. Soy aquél que vive contigo, a tu lado, más arriba o más abajo, en Lepe o en Oiartzun, si conoces mi paradero. Soy las notas de mi guitarra, el sabor de mis guisos, soy simpático y chistoso, aburrido y aguafiestas, aquel que va de listo y el que humildemente se esconde bajo la soledad buscada de algún paraje de La Antilla. Soy lo que tú quieras que sea y no porque así lo desee, sino porque no puede ser de otra forma. Y aunque fuese un gran rey o el más pobre pedigüeño, el mejor poeta de la tierra o el más simple analfabeto, el mejor amante o el peor amigo, solamente soy, si tú eres.