12/11/2006

Lágrimas Negras

No hay folios ni lápices de colores, ¡Ya me he dado cuenta! La primera conversación de la mañana entre los dos educadores sociales pasaba por ser una queja más entre todas las que tenían y, además, de las más banales. Aún así, la ausencia de aquellos insignificantes materiales se convertía en puñales que herían de nuevo sus corazones; sintiéndose incapaces de cubrirse de la indiferencia necesaria que les pudiese apartar de toda responsabilidad moral ante lo sucedido la mañana anterior.

Volvieron a reanudar su trabajo sin poder impedir que su imaginación navegase de nuevo por lo que consideraban indispensable para el desarrollo de una sociedad sana, pero que a la vez, no dejaba de ser un imposible. Otra idea denostada y convertida en utópica por la necedad de los hombres, pero potencialmente posible.

Y se dejaban embriagar por las ideas, y soñaban con poder contar con más medios humanos, porque en definitiva, era de lo que más se necesitaba. Ya se las arreglarían sin materiales, sin folios y hasta sin despacho, si pudiesen contar con el alma de un profesor de música, con los recursos de un psicólogo, con la sabiduría de un trabajador social…

¿Qué podían haber hecho si eran sólo dos personas para cubrir las necesidades de todo un distrito? Es más, ¿que podían hacer si desde su país, como por desgracia ocurre en todo puñetero país, no se valoraba a la educación como herramienta de poder, de cambio social, y no se la dotaba de los recursos necesarios para cumplir esa misión?

En la radio nacional sonaba la respuesta que un ministro daba ante aquella situación: "Dotaremos a la policía de nuevos coches, nuevas porras, y, además, aumentaremos sus horas extras para que puedan vigilar los alrededores de los centros educativos". Eso era todo. Los educadores volvieron a maldecir a los políticos y a todo aquel que, pasados los treinta, se habían desprendido de su alma revolucionaria para aprehenderse de la chaqueta del conservador. Se sentaron en el suelo derrotados al agotar su rabia y, haciendo caso omiso a las órdenes de su voluntad, sus ojos volvieron a derramar lágrimas negras.