1/08/2007

Del Luisomo al tío del lunto

Cuenta la leyenda que, caída la noche, varias sombras vagaban por las oscuras calles de Lepe en busca de personas a las que devorar.

Hace cuarenta años, nuestra ciudad era poco más que un pueblo de calles sin asfaltar, con poca iluminación eléctrica y sin alcantarillado; el lugar ideal para que los fantasmas campasen a sus anchas amedrentando a jóvenes y mayores. Entre estos espectros se encontraba el Luisomo, un fiero hombre que se convertía en lobo por las noches y rondaba los caminos. Se contaba que, si una mujer daba a luz a siete hijos consecutivamente varones, el séptimo era un Luisomo. Quizás exista aún alguno entre nosotros.

Otra de las almas infernales que asustaban a nuestros padres y abuelos era el tío del lunto, que gustaba de cortarle al más pintado la palma de la mano. Comenzaba con un corte profundo desde el dedo pulgar al índice, del índice al meñique pasando por la base de los dedos corazón y anular, desde el meñique a la muñeca, y de ésta al pulgar para acabar arrancando de cuajo la piel. Posteriormente recogía la sangre derramada en un cántaro para venderla.

Con el avance del tiempo nuestro pueblo se ha convertido en una ciudad prospera, y sus noches, en días de luz artificial. Ya no se le teme al Luisomo, y muy pocos jóvenes conocen al tío del lunto. Han desaparecido del anochecer de nuestra urbe como han desaparecido las estrellas y la luna, por el exceso de luz y por los altos edificios.

No hay que vivir acongojado, se debe rechazar completamente la cultura del miedo pero, en una sociedad joven en la que por no temer no se le teme a nada: ni a las drogas, ni al paro, ni al día de mañana; sí que se echa en falta un poco más de inocencia. La que le sobraba a nuestros mayores, la que hacía posible al Luisomo, la que les hizo prósperos para que sus hijos pudiesen exterminar, eternamente de sus vidas, al tío del lunto.