6/17/2008

Tú que despiertas


Vivimos en la sociedad de la prisa, del humano autómata, de la máquina que imita la figura y los movimientos de este ser inanimado al que llamamos persona. Vivimos, o mejor dicho, transitamos, entre la naturaleza muerta de las calles de cemento de nuestras urbes, entre las miradas vacías de los que no se tropiezan con nosotros porque el adiestrado sentido del espacio de nuestros cuerpos hacen que los mismos se repelan. Coexistimos bajo la adulación a cualquier ser inmaterial y de nombre ficticio que introduce en nuestras casas nuestra querida caja tonta. ¡Viva el Duque! Gritaba la muchedumbre. ¡Duque guapo! Se arañaban las jóvenes y maduritas en la puerta del consistorio municipal. Y mientras el Duque se hartaba, gratis, de gambas de la costa; en un rincón cualquiera de Lepe una niña de anónimo nombre lloraba desconsolada… ¿A quién le importa que sus padres la dejen sola con tan solo 4 años porque necesitan trabajar los dos? En otra esquina, un joven cualquiera, también de Lepe, sin problemas económicos de ninguna clases, necesitaba un amigo que lo escuchase, un amigo al que poder confiar la desazón que le producía el no saber qué hacer con su futuro…

Y en otro rincón de Lepe, este no tan anónimo columnista de Lepe Urbana se retorcía de impotencia y de ira contenida ante la injusticia de no poder hacer nada ante el lavado de celebro colectivo al que nos someten, con letras mayúsculas y que se lea claro: todo aquél que tiene el poder. Todos esos políticos, de Lepe, de Madrid y del coño de sus madres que les interesa que el ser humano sea un ser dócil, imbécil e inerte... ¡Qué pena!

Qué poco nos pesa el dolor ajeno en esta inventada realidad de gente guapa y afortunada.

¡Viva tú que despiertas!

5/05/2008

De hojalata

Amaneció un nuevo día en su pequeño bosque de hojalata. Los rayos del sol penetraban entre las hojas plateadas de los árboles de chatarra, y sus sombras daban cobijo a las amapolas de chapas que crecían en aquel suelo de agujas rotas.

El joven se despertó, abrió la puerta de aluminio de su casa árbol de planchas de lavadoras viejas y salió al bosque. Todo seguía igual de gris. Se sentó a contemplar su hábitat y, mirando más allá de lo que habitualmente miraba, recordó algo que el día anterior le había llamado la atención. Al fondo, detrás de una rosa de lata, creyó haber visto un hada que resplandecía con vida humana, de tez sonrosada y alas de mariposa. Y aún creyendo que había sido sólo un sueño se encaminó hacia aquella rosa que parecía señalar la frontera de su triste paraíso. Encontró una puerta, la cruzó, y se halló flotando en un espacio de estrellas. A su espalda, una puerta abierta en un inmenso corazón daba forma a lo que había sido su casa, su pequeño planeta de hojas muertas.

No quiero volver a él, pensó, y pensó en buscar una nueva morada en aquél universo de formas, de planetas extraordinarios de diferentes aromas y colores. Dirigió sus pasos hacia uno que tenía forma de pulmón, pero una fuerte corriente de aire lo impulsó universo arriba hacía otro planeta de acolchada forma de nuez… y comprendió. Comprendió que estaba en sí mismo, que navegaba absorto en el interior de su ser, aprehendiéndose de nuevo a la vida. Y recordó qué lo impulsó a abandonar su bosque de hojalata… y en su mente apareció aquella hada… y ella dibujó una sonrisa. Volvió a su corazón y cerró la puerta. Su bosque ahora resplandecía, y entre la verde hierba, crecían flores de mil colores. Se sentó frente a la rosa de la frontera, ahora roja y viva. ¿Dónde estaría su hada, volvería? Inspiró y volvió a recordarla… y ella dibujó una sonrisa.

4/21/2008

Dos caras


Hace tiempo que leí una historia parecida a lo que voy a relatar a continuación en ésta, mi columna. Un agricultor araba la tierra con la ayuda de su caballo cuando se le acercó un caminante a pedir trabajo. El agricultor necesitaba ayuda, pero no podía pagar a nadie hasta que no recolectase su cosecha. Llevaba varios meses trabajando de sol a sol y estaba más que apurado. El viajero también lo estaba pasando mal, así que se ofreció a trabajar sólo por la comida y un hueco bajo techo en el que poder dormir. El hortelano era un hombre bueno, aceptó el ofrecimiento, pero le prometió una parte de los beneficios de su cosecha. El trato era justo.

Cuando alojó en su casa al trotamundos toda la familia quiso conocer al hombre. Iba de camino a la capital a visitar a un hermano que era barbero, decía que se llamaba Juan, y que estaba a punto de morir. Esa noche jugó con los niños, ayudó en las tareas de la casa y dio de comer al perro. Pasó una semana trabajando codo a codo con el buen hombre, y al día siguiente desapareció con su caballo. Le había robado su bien más preciado. Sin él no podía trabajar, sin él no había posibilidad alguna de mantener su cosecha, y no podía comprar otro de ninguna de las maneras. El viajero se había quedado lo justo para ganarse la confianza de la familia, y lo necesario para que el perro y el caballo se acostumbrasen a él y poder así robar con toda impunidad.

La habilidad que tienen algunos para jugar con la confianza de propios y extraños y luego poder utilizarla en su beneficio me parece sorprendente. Pero bueno, mientras que Dios nos libra y no nos libra de las aguas mansas tendremos que convivir con ellos. La ironía de todo esto es que, esta gente, normalmente ignora que "la vida te devuelve lo que tú le das", así que es posible que muchos les estén pagando con la otra cara de su misma moneda.

3/24/2008

El ojo que no escucha, no ve



Hay una conocida marca de refrescos que emite un anuncio en el que un ojo con patas le pregunta a dos lenguas que por qué beben la versión sin azúcar del citado refresco. Las lenguas lo ponen de mentiroso argumentando que el refresco sabe a refresco con azúcar y mandan a paseo al ojo riéndose de su incapacidad. Esto sí que es ver la paja en el ojo del vecino, que diría el refranero. Muy graciosos los monigotes, me recuerdan a algunas personas.

Como en el anuncio, hay gente que anda por la vida como ese ojo carente de cualquier otro sentido; que no puede escuchar, entre otras cosas, porque lo que ve es lo más importante. Y lo que ve es sólo una parte, la pobre parte que le interesa. Si a este sujeto le diesen una bien vistosa golosina con forma de fresa se la comería a gusto y no discutiría en ningún momento su composición. Estaría comiéndose un dulce aunque éste sólo fuese una falsa, aunque la golosina de fresa estuviese rellena de vómito de gato. Este tipo de personas es muy bien recibida en algún que otro partido político. Porque para militar en ciertos partidos sólo se puede tener un sentido, el de la vista, y sobre todo, para ver bien la papeleta que se deposita en las urnas para no cabrear a los jefes, no vaya a ser que se quede uno sin el trabajo o la fresa prometida. Este tipo de personas es bien recibida porque es fácil mostrarle pruebas, porque les enseñas un papel y los convences de que es la tierra la que gira alrededor del sol. Y esto es así porque estos ojos con patas carentes de cualquier otro sentido no tienen la capacidad de escuchar, de contraponer ideas, de dialogar, de probar, de tocar, de oler otras esencias para comprobar que la suya no está confeccionada con el vómito de un gato, por muy de angora que sea.

Por otro lado, y pensándolo bien, las lenguas del anuncio, carentes de visión y de cualquier otro sentido, también serían muy bien recibidas en estos partidos políticos. Porque una lengua que no escucha ni ve sólo puede insultar y decir tonterías, además de mentir a diestro y siniestro, cosa muy bien valorada, por desgracia, en la política actual.

2/08/2008

Hoy y ayer: un necio



No puedo estar de otra forma, tú, quién seas, porque no hay formas de entender el tiempo que nos rodea. Seré un necio. Camino siempre firme al borde de una historia que se repite y que cada vez es más pesada. Una historia de la que cada vez participo menos. Seré un necio. Las palabras de los que nos rodean me revuelven hasta el vómito de su soterrada falsedad. Las de la política de barras y las de esmoquin, las de los golpes de pecho, las de los yo soy y tú no eres, las de los amigos de condición sin la que no es posible la amistad, las del oro como símbolo materno del amor, las del amor enterrado en el primer beso. No puedo estar de otra forma.

He aprendido poco, he aprendido poco y lo poco ha sido a estar cada vez más callado. Llámame pesimista, o mejor, no me llames. Seré un necio. Miedo a la soledad… ahora me río. ¿Quién se siente acompañado en este entierro? ¿No es esta vida sepultura y recuerdos? Sí, y arrastra una muerte interminable, el que vive de ellos. No puedo estar de otra forma.

Mañana será mañana, o eso espero. Pero no el mañana de ayer, sino un mañana nuevo. Es la esperanza que me hace dormir tranquilo, que me da cobijo en esta noche de febrero. ¡Qué buen invento el sueño! Mañana será mañana, o eso espero. Pero no el mañana de ayer, sino un mañana nuevo de vida, abierto, donde la palabra falsedad no tenga ningún fuero. Donde enmudezcan los listos de barras, donde el amor sobreviva al primer fuego, donde los intereses políticos sean el único entierro. Esa es la esperanza que me cobija -mas no sé qué espero- la única que me hace dormir tranquilo en esta noche de febrero. Mañana será, será un mañana nuevo, será por eso por lo que sigo aquí… Será que soy un necio.

1/09/2008

Puerta a la fama



Los tres días que Juan pasó a la intemperie esperando para realizar su casting de “Cantantes para la gloria” fueron los mejores de su vida. Acababa de abandonar el instituto porque quería ser un cantante famoso como Bisbal, y su familia lo había animado porque el chico valía mucho. Cada vez que había una fiesta en casa Juan animaba la velada con su arte y todos le aplaudían y lo glorificaban, todos menos su abuelo José, que pensaba que era mejor que estudiase una carrera y se dejase de tantas tonterías.

Cerca de mil personas aguardaban en la cola de la prueba de voz; jóvenes venidos de toda la provincia que hacinados en la acera entre cartones, sacos de dormir y chubasqueros para resguardarse del intenso chaparrón que les caía encima, soñaban con su futuro. Ahí estaba, frente a ellos, la puerta a la fama, a la gloria, al ser alguien en la vida. Porque... ¿un médico, quién es un médico? ¿Un maestro.... qué de bueno tiene ser maestro? Y Juan soñaba. No quería, ni por asomo, volver a ver un libro. Ese esfuerzo... era demasiado para él. Tener ahora que prepararse selectividad, iniciar una carrera... ¿cuánto tiempo iba a emplear...? No. El programa de “Cantantes para la Gloria” era la salvación, su única salvación, y le resultaría más fácil, porque él sabía cantar como los ruiseñores.

El minuto que transcurrió entre el que iba delante de él y Juan fue un mundo, pero el que pasó después de su actuación fue un infierno. Los diablos de los jueces le dijeron a Juan que cantaba menos que un grillo “ajogao”, bueno, esa es la traducción al lepero de lo que los jueces le dijeron en un estricto castellano de Madrid. El mundo se le vino abajo... pero ¿Quiénes eran esos gilipollas que no entendían de música? Él sabía que valía y toda su familia le recordaba que había que tener enchufe para entrar en los sitios, menos el abuelo, que seguía insistiendo en que el niño estudiase, aunque fuese para electricista, que todo necesita su esfuerzo, que nadie regala nada...

A Juan no le caía nada bien su abuelo. Apoyo su cabeza en el hombro de su madre. Es cierto, mamá, dijo Juan, seguiré presentándome a los “Castings” que salgan porque yo valgo para esto. Claro que sí hijo mío, le respondió la madre, y no te preocupes que por reyes te regalo el alargador de penes que me pediste.