1/09/2008

Puerta a la fama



Los tres días que Juan pasó a la intemperie esperando para realizar su casting de “Cantantes para la gloria” fueron los mejores de su vida. Acababa de abandonar el instituto porque quería ser un cantante famoso como Bisbal, y su familia lo había animado porque el chico valía mucho. Cada vez que había una fiesta en casa Juan animaba la velada con su arte y todos le aplaudían y lo glorificaban, todos menos su abuelo José, que pensaba que era mejor que estudiase una carrera y se dejase de tantas tonterías.

Cerca de mil personas aguardaban en la cola de la prueba de voz; jóvenes venidos de toda la provincia que hacinados en la acera entre cartones, sacos de dormir y chubasqueros para resguardarse del intenso chaparrón que les caía encima, soñaban con su futuro. Ahí estaba, frente a ellos, la puerta a la fama, a la gloria, al ser alguien en la vida. Porque... ¿un médico, quién es un médico? ¿Un maestro.... qué de bueno tiene ser maestro? Y Juan soñaba. No quería, ni por asomo, volver a ver un libro. Ese esfuerzo... era demasiado para él. Tener ahora que prepararse selectividad, iniciar una carrera... ¿cuánto tiempo iba a emplear...? No. El programa de “Cantantes para la Gloria” era la salvación, su única salvación, y le resultaría más fácil, porque él sabía cantar como los ruiseñores.

El minuto que transcurrió entre el que iba delante de él y Juan fue un mundo, pero el que pasó después de su actuación fue un infierno. Los diablos de los jueces le dijeron a Juan que cantaba menos que un grillo “ajogao”, bueno, esa es la traducción al lepero de lo que los jueces le dijeron en un estricto castellano de Madrid. El mundo se le vino abajo... pero ¿Quiénes eran esos gilipollas que no entendían de música? Él sabía que valía y toda su familia le recordaba que había que tener enchufe para entrar en los sitios, menos el abuelo, que seguía insistiendo en que el niño estudiase, aunque fuese para electricista, que todo necesita su esfuerzo, que nadie regala nada...

A Juan no le caía nada bien su abuelo. Apoyo su cabeza en el hombro de su madre. Es cierto, mamá, dijo Juan, seguiré presentándome a los “Castings” que salgan porque yo valgo para esto. Claro que sí hijo mío, le respondió la madre, y no te preocupes que por reyes te regalo el alargador de penes que me pediste.