8/13/2007

¿Por qué no?



Esta vez desvestiré mis letras de toda prosa y dejaré que descanse la poesía, aunque el comienzo diga lo contrario y se relíe en el mismo ritmo que marcaron mis pasos el mes pasado. Pero no. Quiero hablar sin rodeos, directo y al corazón o la conciencia, o al vacío si hace falta, pero hablar sin enmascarar las ideas.

¿Por qué, a veces, somos tan necios? ¿Por qué nos cuesta tomar conciencia de la importancia que tiene el lenguaje y su forma de utilizarlo? ¿Por qué no desterramos el no de nuestras vidas?

La primera palabra que desgraciadamente aprendemos en la infancia es este adverbio tan negativo como impedidor del desarrollo personal. La sociedad lo usa como medio de represión, para decirle al niño que no haga esto o lo otro; como medio de desprecio, sí de desprecio, porque cuando no se atienden los porqué de los niños se les está despreciando, en ese caso el no suele ir de la mano del sé y cuando el niño repite la pregunta se anula el sé y se añade el por qué junto, quedando, como ya saben, en consabido: porque no, y punto.

Interiorizado en lo más hondo de nuestra alma desde la infancia nos hace huraños y negativos, además de unos vagos de cuidado. No voy al campo, no quiero hablar contigo, no me gusta cómo van las cosas pero por supuesto no voy a hacer nada por solucionarlo, no, no, y no. Jueguen a combinar el adverbio, ya verán que no les resulta nada difícil.

¿Se imaginan qué pasaría si cambiásemos el no en nuestras expresiones por el sí? Sí, voy a hacer la cama, pero permíteme cinco minutos que ahora mismo me duele el lumbago. La respuesta del otro seguro que varía en forma y contenido. Sí, me voy a preocupar y a ocupar de que se solucionen los problemas. Sí, soy capaz, por supuesto y... es que hasta parece que las fuerzas nacen solas.

Os emplazo, amigos rebeldes, a montar una protesta veraniega de no caídos. Hasta que llegue septiembre, por lo menos el que suscribe, el último no que diga formará parte de este concluyente: ¿Y por qué no?

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