8/13/2007

Cuatro gatos



Augusto no cesaba en su empeño, toda su vida la había empleado en forjarse como persona, se había hecho a sí mismo, como todos, pero remando siempre en la misma dirección: la de la búsqueda del bien común.

Sus primeros pasos los dio de la mano de su padre, un anarquista de la CNT que murió joven, y del que recordaba aquella frase de: "cada ciudadano debe aportar a la sociedad según su capacidad y recibir de ella según su necesidad", pilar fundamental de su incombustible ideología. Los pasos de su adolescencia giraron en un principio entorno a la vida de Jesucristo. Jesús le aportó paz, entrega hacia el ser humano y amor, un amor incondicional del que hizo bandera. Al poco tiempo cerró la puerta. Si el mensaje estaba tan claro, ¿por qué la gente daba tantas vueltas a lo mismo? Si Jesús pedía dejarlo todo por el prójimo, y él podía entender que no era una cuestión material sino más bien humana e independiente de las riquezas de cada uno ¿por qué se obcecaban sus colegas en no comprender, en repetir y repetir encuentros y oraciones y no actuar? Si Dios estaba en los hombres, ¿por qué miraban tanto al cielo?

Sus siguientes relaciones humanas dieron con sus huesos en la política del Partido Comunista. El nuevo sistema le abrió los ojos a una nueva visión de la economía mundial, más justa y equitativa, más humana y menos corrosiva que el capitalismo en el que vivía. Al poco también cerró la puerta. No sólo no había fracasado el comunismo en todo el mundo, salvo raras excepciones, sino que además sus camaradas se quedaban en la teoría de lo que puede ser tras tres tragos de Ron, y el reflejo de su ideología en sus vidas se resumía en la querencia por el color rojo a la hora de adquirir un Audi.

Augusto siguió vagando hasta el día de hoy, próximo a su última exhalación. Pasaron muchos años en su vida y le ocurrieron muchas más experiencias de las que podemos describir en esta columna para definirlo como no se puede definir a ninguna persona de esa clase (¿Iluminado, loco?). Se despedía con la ilusión, al menos, de haber despertado en alguien la chispa necesaria que diese lugar a la verdadera revolución. No sabía que de personas de su estirpe, con él, se contaban en el mundo, por desgracia, cuatro gatos, y tres estaban en venta.

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