Todo fue haciéndose realidad con la aparición del mapa. A Juan lo llamó su madre, su abuelo José quería hablar con él a solas. El octogenario marinero estaba a punto de comenzar su viaje sin retorno hacia otros mares y quería dejar a buen recaudo su tesoro más preciado. - Aquí tienes hijo mío. Recuerda la leyenda sobre la que hablamos y sabrás cómo utilizar lo que contiene este viejo cofre. Y a penas terminó de hablar cerró los ojos.
Juan sabía que internarse en aquel oscuro corredor era aún precipitado, pero su curiosidad podía más que su razón. No podía haber sido tan fácil. El jeroglífico que proporcionaba las coordenadas para la localización del pasadizo B había sido resuelto sin apenas dificultad, no entendía el porqué le había costado tanto solucionarlo a su abuelo, a quién no consideraba una persona torpe.
Allí estaba frente a él, y a tan sólo cuatro kilómetros la entrada subterránea a la cámara secreta de la Torre de El Catalán. Llevaba todo lo necesario y no le importaba el ir solo.
Se adentro en el túnel, la oscuridad era absoluta, encendió la linterna para ver mejor y en ese preciso instante desapareció el suelo bajo sus pies sintiendo cómo el vacío se apoderaba de su alma.
El mapa del abuelo II
Juan era un joven de dieciséis años muy apegado a su abuelo José. Solían pasar mucho tiempo juntos aún a la edad en la que la mayoría de los jóvenes buscan otro tipo de aventuras en la compañía nocturna de los fines de semana. Desde que era pequeño le fascinaban sus historias, casi siempre históricas y relacionadas con su pueblo: Lepe. Sabía gracias a él que Lepe se remontaba al siglo VIII antes de Cristo, y que su poblado original debía de estar situado junto al río Piedras. Salían muchos días a buscar fósiles de animales marinos por la zona de los barrancos y les gustaba disfrutar de las puestas de sol en el cabezo de la Tiñosa, situado detrás de la Torre de El Catalán.
La muerte del abuelo fue muy sentida en el seno de su familia, tanta fue la pérdida y tan angustioso el duelo y el posterior entierro, que dos días después del fatídico día, a casi nadie le había extrañado la falta del muchacho. A casi nadie menos a su hermana Cris. Cristina, a quien cariñosamente llamaban Cris, era dos años menor que su hermano, a quien seguía y admiraba como si de un Dios se tratase. Le fascinaban sus aventuras y coleccionaba todas las piedras raras que su hermano le regalaba tras las salidas con el abuelo. Por desgracia, a ella no la dejaban ir con ellos, su sitio estaba en la aburrida cocina de la abuela. La ayudaba cocinar, a barrer, a regar las macetas del patio… en definitiva, hacía las cosas que, según su abuela, debía de hacer una buena mujer.
El día en el que Juan salio de casa Cris descubrió una misteriosa nota en su mesita de noche: “Si no vuelvo busca el sol en el ocaso, la puerta siempre está abierta. Top Secret, confío en ti”. Era de su hermano.
El mapa del abuelo III
Busca el sol en el ocaso, la puerta siempre está abierta. ¿Qué significaba aquella frase que Juan había dejado en su mesita de noche? Se preguntaba Cris. No podía ser muy difícil. Desde pequeños Juan y Cris jugaban a adivinar acertijos, y eran muy buenos solucionando juegos de misterio en la Nintendo y en la Play Station. Esto no podía ser más difícil que solucionar el pasadizo de los cuadros del Resident Evil. Tenía claro que tendría que esperar a la tarde para descifrar el acertijo, "será al ocaso" pensaba. Pero, ¿qué significaba busca el sol y la puerta siempre está abierta? Sabía que tenía que darle mucha importancia a los adjetivos, a los verbos y a los adverbios en todo enigma… ¿Siempre? Este adverbio me indica el tiempo… ¿Qué puerta siempre está abierta? Sí, ya está, el descubrimiento le dibujo una gran sonrisa en su rostro. La única puerta que siempre estaba abierta era la de la habitación de sus abuelos. Esperó a que el sol se pusiese y se dirigió hacia la alcoba cuya puerta, por las manías de las personas mayores, siempre permanecía abierta de par en par. Le faltaba averiguar qué significado tenía el sol. Tengo que buscar algo relacionado con la luz, se decía Cris mientras encendía la bombilla de la habitación. Miró a un lado y a otro y no consiguió observar nada que le diese la siguiente pista para resolver el enigma. Quizás sea el verdadero sol el que tiene que indicarme lo que tengo que buscar, se dijo, pero el sol no llegaba a la habitación del abuelo. Apagó la luz y se sentó mirando a la puerta. Se hacía tarde y no conseguía nada… No logro entenderlo, se desesperaba Cris con los ojos cerrados sobre sus rodillas. En esa postura, sentada en el suelo y acurrucada sobre las mismas estuvo un largo rato hasta que algo volvió a llamar su atención. Sentía calor en la pierna y al levantar la cabeza observó cómo el sol se colaba por un agujero de la persiana que daba al patio y que, frente a la puerta del abuelo, hacía llegar el rayo solar hasta ella. Apartó las piernas y la luz iluminó un punto bajo la cama. ¡Eureka! Exclamo Cris. Ahí tengo que buscar.
El mapa del abuelo IV
El rayo de luz iluminaba el centro de una baldosa bajo la cama de los abuelos de Cris y Juan. Al levantar la losa apareció un viejo cofre de madera. Cris lo abrió lentamente, como si al abrirlo se pudiese escapar algo de él. Una hoja de una libreta de cuadritos apareció doblada sobre el fondo, y debajo de ella, un trozo de tela amarillento. Desdobló la hoja y la leyó, era de su hermano Juan. "He descifrado el mapa del abuelo y voy a buscar el tesoro de la Torre de El Catalán. Sé que encontrarás la nota, eres mi confidente hermanita. Llevo provisiones para una semana, si no vuelvo descifra el acertijo del pasadizo B y ven en mi ayuda. Díselo sólo a David". El trozo de tela contenía varios trazados que iban desde una equis con el nombre de Lepe encima, en uno de sus extremos, hasta el dibujo de una Torre, en el otro. Uno de los trazados coincidía con el regajo de Los Cruces, lo sabía porque se parecía bastante al que su hermano Juan tenía en su cuaderno de exploración. Desde hacía años llevaba explorando los regajos y había descubierto desde escondrijos realizados durante la guerra civil hasta trozos de lo que parecían catacumbas del periodo romano, aunque en ellas no hubiesen descubierto signos de enterramiento alguno, hasta el momento.
Cris se impacientó, si Juan había descifrado el acertijo del pasadizo B no haría falta que lo hiciese ella. Al fin y al cabo, sabía que estaba en el regajo de Los Cruces, así que seguiría los pasos de Juan. Ya lo había echo antes, como no la dejaban "ir de aventuras" como su hermano decía, se había especializado en seguirle la pista. No era muy difícil encontrar signos de paso humanos en unos sitios poco frecuentados por los mismos.
Llamó a David y los dos se vieron en la estatua del marinero, en Fuente Vieja. Cruzaron la carretera y se adentraron en el regajo. Pronto llegaron a un pequeño túnel recorrido por sólo un grupo de pisadas, eran las de Juan. Corrieron tras las mismas hasta descubrir, con horror, que se perdían en un agujero que parecía no tener fin.
El mapa del abuelo V
El camino terminaba en un agujero enorme que ocupaba todo el túnel y las pisadas desaparecían en él. Cris hundió sus rodillas en el suelo húmedo y sus lágrimas le cubrieron el rostro. David dio media y corrió lo más rápido que pudo en busca de ayuda, si Juan había caído por aquel agujero toda la prisa que se diese sería poca.
El tiempo, en periodos de angustia, se ralentiza a su extrema expresión. Los segundos se convierten en horas… y la vida pasa lentamente alimentando el dolor que se siente. Así se sentía Cris. Si su hermano hacía tres días que no aparecía era porque le había pasado algo grave. No puede ser… se repetía sin cesar en su llanto. Ya había perdido a su querido abuelo, ¿cómo iba a perder también a su único hermano? ¡Juan! Grito agarrada al borde del precipicio… Pero nadie respondió allá en el fondo. ¡Juan! Volvió a gritar y, aferrada con ira a la desesperanza, se descolgó por aquél abismo; y fue descendiendo hasta el fondo agarrándose a las raíces que sobresalían de la pared en algunos tramos.
David llegó hasta los cruces, no sabía adonde ir, miró a izquierda y derecha y, impulsivamente, entró en el primer bar que encontró. Contó lo sucedido a los allí presentes y volvió al túnel con cuatro trabajadores que estaban apurando sus cervezas. Mientras tanto, el camarero llamó a la policía local y a una ambulancia.
No había nadie… En el fondo del hoyo no había nadie. Ni los trabajadores ni la policía local encontró a nadie ni al borde ni en el fondo de aquel hoyo. David tampoco se podía creer lo que le estaba sucediendo. Llamó al móvil de Cris… pero estaba apagado.
El mapa del abuelo FIN
David tuvo que acompañar a los agentes a comisaría, si se trataba de una broma tendría sus consecuencias, no se puede alarmar a los Cuerpos de Seguridad del Estado y mucho menos a los servicios médicos así porque así, le decía el policía local. David seguía llamando a Cris al móvil, pero seguía apagado, y por más que lo intentaba nadie creía la historia que estaba contando.
Cris llegó al fondo del agujero y apenas podía ver. Sacó la linterna de su mochila, la encendió y alumbró a su alrededor. A su derecha, en la pared de barro se abrían varios túneles, tomó fuerzas y se adentró gateando por el primero que su intuición le dictó. El corredor acababa en una cavidad mayor tras unos metros, así que pronto pudo enderezar su cuerpo. El túnel proseguía en zigzag, no había intersección alguna y tampoco signos de que nadie hubiese pasado por el mismo, aún así prosiguió su camino a paso lento. La linterna se iba quedando sin pilas, Cris decidió volverse a paso ligero, pero la oscuridad se adueño de aquella cueva y Cris tropezó y cayó al suelo; en ese momento supo que no podría salir de allí por su propio pie.
David iba de sorpresa en sorpresa. Con los ojos abiertos y sin creer lo que estaba pasando escuchaba a Juan hablar con la policía. Mi hermana está bien, nos caímos al hoyo y un campero nos llevó al centro de salud cuando David fue a buscar ayuda. Así salieron los dos de los despachos de la Policía Local. Corre David, le apremiaba Juan, vamos a buscar a mi hermana.
-¿Cómo sabes lo que ha pasado Juan? Preguntó David anonadado. - Sabía que mi hermana me iba a buscar, llegué al agujero y me comentaron lo que os había pasado, sólo tuve que hilar la historia; ¡date prisa hombre!
Cris seguía inmóvil, se había torcido el tobillo y no podía andar, sus lágrimas le enjugaban el rostro. Escuchó unos pasos, gritó, vio la luz de una linterna… y apareció su hermano Juan junto a David.
Juan la cogió en brazos para sacarla de aquél túnel. ¿Dónde has estado Juan?, Preguntó Cris. Juan miró de reojo a David mientras hablaba: - Me perdí Cris. Llegué a los Barrancos no sé cómo y me desorienté. - Entonces, no has encontrado ni el acceso a la Torre ni el tesoro, ¿no? - No, contestó Juan a la paz que depositaba algo en la mano a su hermana, lejos de la atención de David. Cris la abrió con cuidado, era un Ducado de Oro del siglo XV.
- Entonces… ¡todo era mentira!, dijo Cris con voz de pena y sonriéndole a Juan. -Sí hermanita, dijo Juan devolviendo la sonrisa, ¡todo era mentira!