6/04/2007

La historia se repite




Endosado entre la gente botella al hombro y tras haber repuesto unas horas de fuerzas se encuentra con el resto del grupo. El caldito del puchero de la señora María sabe a gloria y el rebujito, aún fresquito, devuelve el sabor de la noche y las ganas de guitarra y baile. Se sube al "bardón" del campo contiguo a la Cruz Primera para ver mejor a la Virgen y su mirada, como atraída por una fuerza invisible, recala en ella. Allí está de nuevo, más guapa que la noche anterior, y con sus ojos en los suyos. Y otra vez esa sensación de caída libre en la que en el pecho se hace tal vacío que hay volver a llenarlo con un hondo suspiro. Inspira, uno, dos tres, cuatro, se ha parado el tiempo.

El camino se hace largo, mas no eterno, y entre copla y copa, vivas y carreras se intercalan esos pequeños momentos en los que, otra vez, sus miradas vuelven a encontrarse entre la gente, a veces con todo el camino de por medio, otras veces separados por la distancia de una amiga que baila, o por el roce de sus brazos en el transcurso de direcciones opuestas. Inspira, uno, dos, tres, cuatro, se ha parado el tiempo.

Y cae la noche entre rosario y fuegos, y entre tanta gente y tanta ermita vuelven a encontrarse y, poco a poco, se van quedando solos, y amparados bajo una higuera y en la soledad buscada por la mirada, se abrazan. Inspiran, uno, dos, tres, cuatro… Se les ha parado el tiempo y sus labios se acercan de nuevo.

Las bellas historias, amigo historiador, también se repiten, y en Lepe, cuando se viste de mayo.

Reducción al absurdo



S.O.S, gritaba el hombre del bigote a rayas mientras su helado de albaricoque con motitas de oro se derretía subiéndose por su mano. Los chorros de la derretida masa líquida ascendían como si no tuviesen que rendir cuentas a los 9,8 m/s2 de la ley de la gravedad. Y sí que era grave la cosa, los viandantes en calzoncillos de la calle Real no pudieron más que desternillarse de la risa hasta perder algunos sus cabezas que otros pudieron utilizar para echar una "rebujina" a las puertas del Casino.

S.O.S, no paraba de gritar el hombre del bigote a rayas que además de su simpatía por los helados de albaricoque también era aficionado al tenis, cosa que pudieron deducir los viandantes cuyas cabezas permanecían intactas sobre sus hombros, claro, sino no hubiesen podido ver la raqueta que amarrada al final de la corbata de los domingos, portaba el bigotudo rayado. A los gritos estridentes del tenista helado se acercó la benemérita, que haciendo gala de los colores de su uniforme venían entonados por la euforia del himno de los 100 años del Real Betis Balompié, a la vez que se intercambiaban estampitas, de sabe dios qué temporada, en las que aparecían Gordillo e Hipólito Rincón.

Viva "er betis" le gritó uno de ellos al emisor de los gritos cuyo perfil ya hemos descrito con anterioridad, S.O.S, respondió el mismo, ¿Necesita ayuda?, intercedió el guardia, No, ¿Entonces?, Entonces "Na", ¿Cómo que "ná", no grita usted S.O.S?, Bueno si lo escribe usted así… yo le pregunto a mi mujer, que como usted verá, es invisible, que si su coche es ese o ese.

¿Que por qué escribo esta paranoia? Total, ¿a quién le importa que los políticos nos engañen una vez pasadas las elecciones?: A nadie. ¿A quién le importa la educación como base del crecimiento social?: A nadie. ¿Quién se preocupa por el medio ambiente?: Nadie. ¿Quién ve importante que la globalización sea un proceso justo para todos los ciudadanos del mundo?: Nadie. Pues nada: El hombre del bigote a rayas que comía helado de albaricoque y jugaba al tenis con su mujer invisible, al final, se murió.

Jugar con los sentimientos



María no era un ama de casa cualquiera. A sus 65 años de dura lucha para sacar adelante a 5 hijos se le sumaba, como trabajo extra, el ocuparse casi las 24 horas del día de su padre, postrado en la cama desde hacía 20 años. María era una gran sufridora, no había salido de casa desde hacía tres décadas. Se casó y su vientre no paró de fabricar hijos hasta completar el quinteto que tenía; no paró de cambiar pañales, de trabajar en casa e incluso estuvo varios lustros en el campo para completar el pequeño sueldo del marido, aficionado a quedarse en paro varios trimestres al año, y aficionado a dejarse muchos duros en las barras de los bares, o en los juegos de azar.

Sus hijos se fueron haciendo mayores y fueron abandonando el hogar. Nunca aportaron nada para la casa y acostumbrados a vivir bajo el amparo del sudor materno, aún venían de cuando en cuando a que María cuidara de sus nietos, a comer a casa o a traer ropa sucia para que, mágicamente, fuese lavada. María sobrevivía por inercia, sólo vivía para que otros viviesen: su padre, sus hijos, su marido… Pero no le importaba porque desde hacía tres años había vivido varias experiencias que se le hacía impensables: el casamiento de su hijo Juan con su novio Pepe, un muchacho muy bueno que lo quería como nadie lo había sabido querer. Sabía además que el gobierno iba a conceder más libertades a su marido, que había montado un kiosco, ya que se iban a mejorar las duras condiciones de ser autónomo. Y lo mejor de todo era que, con esa nueva Ley de Dependencia, ella podría cobrar una ayuda y contratar a una mujer que le auxiliase en su ardua tarea de cuidados a su padre. ¡Qué bien, qué alivio!, pensaba, y mientras hacía la cama escuchaba las noticias en la radio: "El gobierno manda al hospital al sanguinario terrorista etarra De Juana Chaos. El PP se moviliza en contra de estos favores de Zapatero para con los etarras".

¡Maldito seas presidente!, gritó María llena de odio. ¡Si lo llego a saber te iba a votar tu puñetera madre!